Esta obra de José Jiménez Aranda, pintada en 1897, cuenta una realidad que por desgracia todavía sigue vigente en este tiempo. Se refleja la humillación, la vergüenza, la derrota, la tristeza y el dolor en la figura femenina que sentada en el suelo nos hace cómplices como al resto de personas que desde una perspectiva más alta contempla la escena.
Sabéis que las esclavas debían ser de constitución robusta para que fuesen atrayentes, para demostrar la capacidad de trabajo que en un futuro podían desempeñar. La pintura no deja de ser un reflejo de la historia, a veces vergonzoso, a veces ennoblece, pero sobre todo es una realidad presente en ese tiempo y hay que estudiarlo con criterio y no sentirse escandalizado por lo que contemplamos, porque hoy en día, si lo pensamos, hay muchos más esclavos vestidos que desnudos. Y aunque la obra impacta a simple vista, el autor no se regodea con el tema sino que hace un arte honesto y comprometido, una denuncia de la situación vivida por millones de personas que durante siglos han sido sometidos a la esclavitud, y muestra el punto de deshumanización de los mercaderes que trataban a sus semejantes como simple mercancía.
No es un tema nuevo, Jean Léon Gerôme ya había tratado este mismo tema, pero desde una perspectiva más exótica, aquí se muestra crudamente, directo al espectador, nos incomoda, nos hace culpables de permitir tal situación y de contemplarla desde la distancia y la altivez incompasiva de una vista aérea que, por otra parte, manifiesta humillación, soledad y una extraordinaria desesperación; como si a nadie le importara su situación, y para hacer todavía más hincapié la retrata con un cartel que la identifica: «Rosa de 18 años en venta por 800 monedas». Se puede decir más alto, pero no más claro; ese es el precio de nuestra tranquilidad anímica ¿Podemos pagarlo? o, mejor dicho, ¿queremos hacerlo?