El pintor Guido Reni inmortalizó a Lucrecia con el mismo aire etéreo y levemente erótico de las grandes damas del renacimiento, a pesar de su trágica historia. En el lienzo mira hacia el cielo con una expresión entre trágica y dolorida, el rostro redondo y angelical contraído en una mueca de dolor, un pecho descubierto y el torno envuelto en telas nobles, a la usanza de las Madonnas y Santas que con tanta frecuencia adornaron paredes de iglesias y basílicas. Tal vez la semejanza se deba al hecho que la historia de Lucrecia es también la de una mártir que decidió inmolarse por sus principios, a la usanza de tantas figuras femeninas del cristianismo: la que fuera el motivo de la caída de la monarquía romana, no sólo encarnó los ideales de la mujer de su época sino que los llevó a una nueva dimensión. Lucrecia, con su muerte trágica creó un precedente de la futura mujer heroína que aún persiste en nuestros días. Tal vez por eso, se trata un motivo recurrente en la pintura y la literatura: desde frescos hasta obras de teatro, la vida de la heroína trágica por excelencia parece despertar el interés del arte en todas las épocas.
¿Quién fue Lucrecia?
Pero ¿Quién es en realidad Lucrecia? ¿Qué tan cierto es lo que vivió? Mitad fábula moralizante, mitad hecho histórico, su vida parece encontrarse a mitad de camino entre la imaginación popular y algo más concreto. Contada por primera vez por el historiador Tito Livio, sirve de preámbulo a la caída de la corrupta Monarquía Romana y justifica la llegada de la República. No obstante, las vicisitudes de una de las Damas ilustres de la historia de la Antigua Roma es mucho más que una fantasía conveniente y sí, una travesía mucho más cercana a una imagen realista sobre la vida de las mujeres en aquella época. Más allá de los sentimientos patrióticos que suele despertar y sobre todo, la idealización dramática de su muerte, Lucrecia es el símbolo de la cultura que le tocó vivir.
Todas las fuentes históricas coinciden que Lucrecia era la esposa de Tarquinio Colatino, uno los primeros cónsules de la República romana en el año 509 a. C. Durante una acalorada discusión entre cuarteles y batalla, Tarquinio alabó la virtud de su esposa, insistiendo en que no sólo era la más mujer más pura de todas, sino también la más fiel. Para probarlo, invitó a quienes le acompañan a volver a Roma esa misma noche y comprobarlo. Al llegar, Lucrecia les recibe tejiendo, rodeada de esclavas, como se suponía debía encontrarse una mujer de su rango. Los acompañantes de Colatino se apresuraron a alabar su magnífica presencia y virtudes. No obstante, la circunstancia casual marcaría la tragedia: Sexto Tarquino, uno de los hombres en el grupo e hijo del Rey de Roma, se obsesionó con la belleza y recatado comportamiento de Lucrecia. Días después, regresaría a la casa de Tarquinio Colatino para violarla.
A partir de ese punto la historia se funde en versiones dispares, aunque todas ellas intentan dejar muy claro que Lucrecia no sólo se resistió a la violencia sino que finalmente claudicó para salvaguardar su honor. Llevado por lo que los textos de la época insisten en llamar “un apasionado orgullo”, Sexto Tarquino no sólo la amenaza con matarla, sino además también asesinar a su esclavo y dejar su cuerpo desnudo junto al suyo, en un intento de manchar su honor incluso después de la muerte. Aterrorizada por la perspectiva, Lucrecia deja de resistirse a la violación. Poco después, la misma Lucrecia se sobrepone al horror de la escena que acaba de sufrir y hace venir a su padre y a su esposo a su habitación, a quienes cuenta lo ocurrido.
El suicidio de Lucrecia
Es quizás en este punto que la historia asume su condición de moraleja moral y se convierte en una escena construida específicamente para justificar y explicar el paso de la Monarquía — considerada corrupta y abyecta por buena parte del pueblo y la fuerza militar — a la República Romana. Llevada por la desesperación, Lucrecia hace prometer a sus familiares y amigos que Sexto Tarquinio recibirá el justo castigo por su ofrenda y luego de hacerlo, se clava una daga en el corazón por no tener otra forma de expiar lo que considera “una afrenta al honor, incluso contra su voluntad”. La metáfora que engloba la muerte de Lucrecia — y más allá, el simbolismo asociado a la tragedia de las circunstancias que le precedieron — convierten su muerte no solo en una alegoría directa a una necesaria rebelión contra la tiranía sino también, en una bienvenida popular a un nuevo tipo de justicia, encarnado por supuesto por la República Romana. Además, se trata de un reflejo de la manera en que la Antigua Roma se percibía así misma: Ultrajada por la ambición y la lujuria, la gran matrona escoge la muerte antes que traicionar sus ideales.
Por supuesto una vez muerta Lucrecia, sus allegados no sólo reclamaron a Sexto Tarquinio sino a toda su familia. En uno de los pasajes más conocidos de la historia, Lucio Junio Bruto prometió sobre el cadáver de la Dama:
«Juro por esta sangre castísima que la injuria hecha por el hijo del rey recibirá su merecido. Desde hoy Roma ya no tiene rey»
Lucio Junio Bruto
De manera que la violación de la gran Dama no sólo se convirtió en una reflejo de los dolores y martirios de Roma bajo el yugo monárquico, sino el alegórico renacimiento del poder ciudadano sobre la imposición legal y militar.
Repercusiones en la Antigua Roma: ¿una ofensa tan oportuna como irreparable?
¿Ocurrió realmente la violación de Lucrecia? Ningún historiador parece cuestionar lo ocurrido y de hecho, lo más famosos de su tiempo lo recogen como uno de los hechos más importantes de la transición política de la Antigua Roma: Desde Tito Livio, Ovidio, Virgilio hasta Dionisio de Halicarnaso se ocuparon no sólo de narrar la tragedia de la Dama Romana y sus consecuencias. Aun así, intriga lo conveniente que resulta una historia tan edificante para los intereses de la recién nacida república. Cierta o falsa, Lucrecia sigue siendo una incontestable metáfora sobre la noción del gentilicio y su trascendencia, el valor ideal e incluso, la lealtad patriótica. Quizás el mayor legado de la trágica Dama Romana.