La balsa de la Medusa, de Théodore Géricault

Hubo un tiempo en el que la pintura era el testimonio, a veces fiel pero siempre grandilocuente, de la historia. Antes siquiera de que hubieran fotografías, eran los pintores quienes inmortalizaban en imágenes los sucesos y personajes que marcaban las distintas épocas. En 1818, el pintor romántico francés Théodore Géricault, con tan solo 28 años, inmortalizó, en lo que sería una de las obras más prestigiosas del Museo Louvre, un dantesco naufragio donde el nepotismo y la incompetencia desembocaron en el asesinato y el canibalismo.

El naufragio de la fragata Medusa (Méduse)

Plano de la balsa en el momento del rescate.Corría el 2 de julio de 1816 y la fragata Medusa debía dirigirse a Senegal, por aquel entonces colonia, para aceptar que Inglaterra la devolviera al Estado Francés, según los términos de la Paz de París.

El capitán de la fragata, el vizconde Hugues Duroy de Chaumereys, pese a llevar más de 20 años sin navegar, trató imprudentemente de lograr una travesía rápida que concluyera antes de lo previsto. Sin embargo, hizo caso omiso de los consejos de los oficiales más experimentados y erró en la interpretación de los mapas, terminando por hacer encallar la nave en un banco de arena a unos 60 kilómetros de la costa de la actual Mauritania. Una tormenta puso el último clavo en el ataúd del navío.

La tripulación constaba de casi 400 almas, pero los botes salvavidas solo tenían capacidad para 250 personas. Así que se construyó una balsa improvisada con los restos del barco que diera cabida al resto de los 150 tripulantes. Las barcas debían arrastrar a la balsa hasta la costa, pero el exceso de peso imposibilitó tal misión. El capitán, desde uno de los botes, ordenó que soltaran amarras, abandonando a los 150 desgraciados a su suerte.

Debido a la precariedad de la improvisada embarcación, la primera noche se ahogaron 20 personas y en la segunda, una reyerta interna provocó que los soldados mataran a 65 personas. Al cabo de  una semana a la deriva, tan solo quedaban 28 supervivientes. Finalmente, se decidió arrojar al mar aquellos que estaban enfermos o heridos, y solo quedaron 15. Durante los 6 días posteriores hasta que fueron rescatados, estos náufragos se vieron obligados a beber agua de mar, su propia orina e incluso llegaron a practicar el canibalismo.

Esta dantesca historia se hizo pública porque dos de los supervivientes, escribieron «El Naufragio de la fragata La Medusa«, un libro narrando con todo lujo de detalles tales acontecimientos, desde la cobarde y temeraria actuación del capitán Chaumereys, que por cierto fue destituido y condenado a 3 años de cárcel, hasta las atrocidades que se cometieron en nombre la supervivencia.

La balsa de la Medusa, de Théodore Géricault

¿Cómo pintó Géricault el cuadro? Estudio de un artista

Géricault siempre mostró un deseo casi obsesivo para representar el suceso de la manera más realista posible y, antes de empezar el lienzo, emprendió una investigación exhaustiva. Se reunió con dos de los supervivientes del naufragio para realizar algunos esbozos e intentar ser fiel a los propios acontecimientos. Más tarde solicitó a otro de los náufragos, un carpintero, que realizara una maqueta de la balsa donde, además, consiguió que posaran otros supervivientes. Finalmente, se sirvió de restos de cadáveres sacados de la morgue para que los cuerpos que iba a pintar estuvieran dotados del máximo realismo anatómico y el tono de la piel, carente de vida, fuese fidedigna. Todavía se conservan algunos de estos bocetos, que aún hoy impactan por su crudeza.

Análisis técnico de «La balsa de la Medusa»

La obra de Théodore Géricault muestra claras influencias de Miguel Ángel en el estudio anatómico de los cuerpos y de Rubens en lo referente al tratamiento del color.

Por otra parte, el lienzo se estructura en dos pirámides, a izquierda y derecha, en primer y en segundo plano. La pirámide de la izquierda está formada por el mástil, los cadáveres y aquellos náufragos rendidos. Sin embargo, la pirámide de la derecha, más al fondo, simboliza la vida y la esperanza, con aquellos náufragos que tratan de llamar la atención de un barco (no visible en la escena) que los rescate.

A pesar del espeluznante acontecimiento que inspiró el cuadro, no cabe duda de que se trata de una imponente obra de impecable factura que sirve como recordatorio del egoísmo, la irresponsabilidad y la vileza del ser humano.

Si queréis conocer todos los detalles del naufragio, podéis adquirir el libro original que escribieron dos de los supervivientes, desde Amazon.

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