Los maniquíes han sido una herramienta de trabajo esencial para los diversos artistas. Sustitutos de los modelos de carne y hueso, eran ideales para posar durante varios días en una misma postura, sin quejarse; pero desprovistos de espontaneidad y vivacidad. Es por ello, que muchos artistas desaconsejan su utilización, mientras que otros la fomentaban. De ser una herramienta en el estudio, tan necesaria para el pintor como los pigmentos, el caballete o los cepillos, pasó a ser un objeto asociado al fetiche y, conforme avanzaba el siglo XX, una obra de arte en sí mismo.
Disponibles también en modelos femeninos e infantiles, las figuras se aproximaron, desde el siglo XIX, cada vez más a la realidad, con esqueletos articulados y exteriores acolchados, diseñadas para conseguir la fluidez de los movimientos y poder retener la posición que se les daba.
A lo largo de la historia hay una relación inesperada y a veces chocante entre los artistas y sus figurines:
Este es un modelo atribuido a Alberto Durero que se encuentra en los fondos de reserva del Museo del Prado. Como erudito del Renacimiento, estudió la proporción humana continuando los estudios de Leonardo da Vinci. Aquí ha resuelto el problema de las articulaciones por medio del empleo de bolas.
El prerrafaelita John Everett Millais alquiló una versión infantil que contaba con la posibilidad de cambiar de cabeza y lo utilizó de modelo para retratar a sus hijas en sus entrañables escenas de las niñas en la cama listas para dormir.
La de Oskar Kokoschka tal vez fuera una de las amistades más perniciosas con un maniquí: el expresionista austriaco tenía uno hecho a imagen y semejanza de Alma Mahler, su examante, un muñeco con connotaciones eróticas que creó para admirar y después quiso eliminar.
Del maniquí, herramienta a fetiche en la historia del arte empezó su transformación hasta convertirse en icono y musa. Primero apareció como elemento humorístico, después de connotaciones oscuras, con autores como Edgar Degas representándolo en su estudio como una figura equívoca, sin vida pero realista.
Al margen de ciertas obras como las de Alan Beeton, el siglo XX significó la decadencia del maniquí , que dio paso a los maniquíes para escaparates.
Fotografías de Man Ray, Herbert List y Hans Bellmer exploran el aspecto desarticulado del muñeco: el surrealismo (André Masson, Salvador Dalí) aprovechó para utilizarlo como objeto en sí y revelar una versión desasosegante de nosotros mismos.
Tres trabajos provocativos de los artistas visuales ingleses Jake y Dinos Chapman, famosos por su utilización de muñecos, ilustran la vigencia del maniquí en el arte del siglo XXI.